lunes, 10 de noviembre de 2008

Las Navidades del Faraón.

http://jadress.deviantart.com/art/The-Pharaoh-is-Unimpressed-38932503

La imagen no me pertenece.

El Faraón, apoyado en la ventana de su despacho, en el palacio Ayuntamiento, vislumbraba pesaroso las calles de Matrit, su pequeño reino dentro de la Multinación. Los súbditos paseaban, arrebujados en sus abrigos, encaminados a sus puestos de trabajo bajo el plomizo cielo invernal. Amargados y sumisos, proseguían con sus vidas, buscando en unos miserables sueldos la forma de sustentarse ellos y a sus familias. Ya no les quedaban sueños, no tenían tiempo para ellos, y el peso del realismo les aplastaba demasiado como para permitirse imaginar días que dificilmente llegarían.

Pero el Faraón, cegado por su ilusión utópica, en su demente locura de ser el señor de un reino feliz, y de unos ciudadanos agradecidos, pensaba las formas más estrambóticas de premiarles su lealtad. No miraba a las personas, si no a los edificios, a sus límpidas fachadas, algunas decoradas con los antiguos motivos de otra época que ya pasó.

Se acercaban las fiestas de Navidad, donde la gente fingía adorar la venida del Salvador, una excusa para reunirse con familiares a los que ni se aguantaba, ni se veía el resto del año. Todo un esfuerzo titánico para dejarse sus pocos ingresos en carísimos regalos, y en alimentos que cuestan diez veces más que en cualquier otra época. Pero los súbditos, como idiotas, se sometían a la Corporación Corte Inglés, y aceptaban sus precios sin rechistar, por que era Navidad, y era normal que las cosas costasen tan caras.

Pensando en sus súbditos, el Faraón quiso hacer algo grande, algo magnífico para Matrit. Las calles se decorarían con luces, como cada año en estas fechas, pero no podían ser luces normales. Tenían que ser las más bellas guirnaldas que la ciudad viese jamás, las más impactantes, demostrando la grandiosidad de Matrit ante el resto de la Multinación.

Contrataría a los mejores arquitectos y diseñadores para ello, al igual que hizo con los puentes de su obra. No escatimaría en gastos, Matrit se merecía eso y más. Estas navidades lucirían en la ciudad las más caras y bellas guirnaldas de todos los tiempos. Los ciudadanos podrían copar con una pequeña subida de impuestos, todo sea por Matrit.

Abajo, en la calle, uno de los pocos súbditos que aún se interesan por la política, compró varios periódicos. En uno de ellos leyó la noticia, y en aquel momento, casi se puso a llorar. Resignado, se metió los tres diarios debajo del brazo, y se encaminó, cabizbajo y desganado, hacia su puesto de trabajo.

Mientras, se preguntaba que estaba ocurriendo en aquel demente lugar para que los súbditos se dejasen vapulear con tanto descaro, sin hacer nada, sin salir a la calle exigiendo la dimisión de los locos que los gobernaban. Mientras el Faraón se gastaba sus fondos en locuras, el Presidente de la Multinación deshacía viejos contactos diplomáticos, y aislaba a lo que antaño fue un país. Los Reyes de las Tres Naciones hacían y deshacían, ganando cada vez más poder, y los Gobernadores de las demás Naciones ejercían su mandato con mayor o menor capacidad, pero todos al final corrompidos por el dinero que le sangraban a sus súbditos a través de impuestos.
Y a todo esto, no pudo evitar preguntarse por qué la Emperatríz del Extrarradio dejaba al Faraón ejercer sus locuras tan cerca de sus dominios.

Este ciudadano si se permitió soñar, poco a poco perfilando una idea difusa y neblinosa, en un plan luminoso y claro, que podría ser factible probar. Estas navidades ahorraría, y cuando pasase la locura de las Corporaciones, se marcharía de aquel país. Puede que la tierra de fuera no fuese la panacea, ni la tierra prometida, pero al menos sus vecinos los Franceses, se rebelaban y se enfrentaban contra las leyes injustas, y los líderes corruptos, todos unidos en la batalla, y en la fuerza, no en la sumisión y la resignación.

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