domingo, 7 de junio de 2009

Cambio.


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En sí misma, la imagen no tiene nada que ver con el tema, pero la he puesto porque sí.

Siempre me he considerado buena gente. He sido humilde, nunca he deseado más de lo que la vida me daba, y me conformaba con un plato caliente de comida en la mesa, y largas cabalgadas a lomos de mi yegua. Nunca he sido ambicioso, ni he mirado con envidia los lujos de la nobleza.

He sido buen ciudadano. He ayudado al prójimo cuando lo ha necesitado, siempre dispuesto a prestar una mano a mis vecinos, a mis padres, y a mis pocos amigos. Siempre seguí sin rechistar la fé de Beeshyn, y nunca cuestioné la palabra de la Diosa, ni de sus Sacerdotes.

Seguí a rajatabla la ley, y nunca cometí delito ni crimen alguno, aún cuando las malas cosechas nos hacían pasar hambre, o el frío se colaba en nuestra casa, y no teníamos recursos para poder reparar sus grietas. Fui fiel al Rey, y a la Reina, y jamás alcé voz ni crítica contra ellos, pues son más sabios que yo, y ellos comprenden por qué gestionan nuestra ciudad como lo hacen.

Entonces, qué me ha pasado?

Sumergido en la oscuridad miro mis manos. Son las mismas manos de siempre, los mismos dedos esbeltos, y ágiles. La misma piel tersa y blanca, sin arrugas. Parece que los años pasan más despacio por mi cuerpo que por el resto de gente, ya que mis viejos amigos, sumidos en sus largos sesenta, y setenta años, se ven ya cansados de la vida, decrépitos y arrugados, con los huesos doloridos por la humedad y la edad.
Yo, apenas parezco haber llegado a la treintena, mi pelo aún castaño, la piel de mi cara apenas tiene manchas, y solo se insinuan unas leves arrugas junto a los párpados. Mis ojos, más sabios, pero aún de ese vibrante color azul profundo, ocultando en ellos la chispa de energía que hace tanto tiempo apareció.

Me encuentro en la misma habitación, en la misma situación de hace más de cincuenta años, y con más dudas que entonces.

Siempre he sido buena persona, y sin embargo, aquel día, siendo yo un chaval de apenas quince años de edad, despertó en mi algo, una terrible maldición que me marcaría por el resto de mis días.
Tuve miedo, miedo por que era algo ilegal, y por qué sabía lo que les pasaba a todos aquellos que manifestaban la maldición. Y sentí rabia, una profunda rabia que cegaba mi visión, y mi juicio. Si había seguido la palabra de la Diosa, por qué se me castigaba?

Sin embargo, allí, en aquella misma habitación hace tantos años, sentía un tenue cosquilleo en mi sangre, un cálido y casi imperceptible placer que me recorría. No lo pensé en aquel momento, pero como era que algo tan malo, te podía hacer sentir tan bien?

Traté de ocultarlo, e ignorarlo. Recé todos los días, visité a Beeshyn con ofrendas, pidiéndole que me perdonase mi pecado, fuese cual fuese. Ayudé en La Casa de la Vida, a cuidar de los enfermos y ancianos, y dediqué cuerpo y torturada alma a encontrar el camino hacia la salvación.

Sin embargo, cuanto más me esforzaba en ser mejor persona, más me castigaba Beeshyn. El hormiguéo en mi sangre se volvía más irritante, el calor en mis venas más fuerte, y la energía me inquietaba hasta el punto en que me veía incapáz de permanecer quieto. Entonces, como respuesta, yo me esforzaba más y más, hasta que aquello se convirtió en una pugna entre los designios de la Diosa, y los míos. Y que tan equivocado estaba mi juicio.

Hasta que ocurrió el desastre. Sencillamente pasó, un pequeño detonante, una situación inocente, la compasión de una mujer que activó el peligroso arma que había intentado suprimir, esconder en mi interior con la esperanza de que desapareciese. La energía que guardaba en mi se desencadenó con la violencia de una tormenta, cobrándose la vida de la inocente mujer.

Cierro los ojos, y aprieto las manos al pensar en eso. Ella no merecía aquello, y realmente me sentí culpable que pagase las consecuencias de mi propia estupidez y nececedad. Sería la primera, y última vez que me arrepentería por matar a alguien.

Por qué? Por qué cambié? Todos aquellos a los que herí, o maté sin remordimientos tenían familia, amigos, gente que les querían!

Sin embargo, ya no me importó. Ya no me importó Beeshyn, ni los necios reyes ocultos en su burbuja de piedra, ni la orden religiosa que impone su pensamiento y castiga con dureza a quien no lo sigue. Ya no ayudé al prójimo, cuando tras haberme volcado altruistamente con ellos, no tuvieron mayor remordimiento en denunciarme, y obligarme a huir. Evidentemente, poca simpatía guardé a mis padres, que por miedo, no me defendieron, aunque agradezco la ayuda de mi padre para salir de la ciudad.
Ya nada me importó, y ello me convirtió en peor persona.

Por qué cambié? Imagino que fue el Poder.

Desanimado por la decepción, por el muro de espaldas de todo aquel que una vez me elogió, me abracé a lo único que tenía en aquel momento, el Poder de aquel castigo injusto que me salvó la vida, y que me la salvaría muchas mas veces.

Durante mucho tiempo, tuve miedo de aquel poder, de lo que podía hacer con él. Me miraba las manos con temor, pues había visto de lo que era capáz, había visto lo destructivo que podía llegar a ser, y tuve miedo de dejarlo salir, y que escapase a mi control. Lo racionaba en pequeñas dosis, para evitar una desgracia como la acontecida en Sumarnot, pero nunca quise conocer el alcance máximo de este don.

Más mi visión del Poder cambió radicalmente. Pasó de ser una maldición, a ser realmente un regalo, algo que viene adherido a mi ser, una fuerza interna que me hace diferente de mucha gente, y superior en muchos aspectos.

Pero junto al Poder, vino otra clase de poder, uno del que no sería consciente hasta mucho más adelante, un poder oscuro que me consiguió muchos amigos, y también muchos enemigos. Los amigos veían en mi una esperanza, un lider al que seguir para conseguir sus propios objetivos.
Los enemigos veían en mi a un competidor en una secreta pugna por alcanzar el control sobre todas las Órdenes, por ser el máximo dirigente del Concilio, y posiblemente, tenían miedo de que mi enorme fuerza me convirtiese en el lider indiscutible de todo el reino, y de más allá.

La ironía del destino impidió que fuese yo el que se alzase con el título de Emperador de Bakalnia. Principalmente por que nunca busqué esa posición, prefería actuar desde la sombra del anonimato. Pero no negaré que no lo pensé, sobre todo cuando fui más joven y menos sabio, y la llama de la ofensa hacia aquellos que me dieron la espalda aún ardía en mi interior.
Pero yo no era así, no era vengativo, ni ambicioso, y en eso tuvieron mucha suerte.

Salgo al exterior, y miro a la destartalada estructura. Esta vieja casa hace mucho que quedó deshabitada, y ahora se cae a pedazos. La van a tirar dentro de poco para construir un edificio, y quería despedirme de mis recuerdos, del hogar que una vez fue.

Dirijo mi mirada hacia el castillo, aún en pie, aún aguantando tras siglos de embites. Ahí vive ahora la lider indiscutible de toda Bakalnia. Siento lástima por ella, pues con su poder se ha ganado muchos enemigos, y sin embargo, la fidelidad del pueblo hacia su persona es ciega. No me extraña, pues tras la caída de los reyes, y sus nefastas gestiones, el pueblo levantó cabeza y se volvió más próspero, moderno, y libre de lo que jamás había sido.

Levanto mi vista al cielo, a un punto en concreto, una estrella azul cuya evolución he seguido con interés desde aquel día, hace tantos años, en que descubrí gracias a una anciana loca, en un monasterio, que era un planeta vivo.
Y me pregunto si alguna vez encontraré un modo de llegar hasta allí.

Diario de un Mago.

1 comentario:

la reina del hielo dijo...

ya era hora de que volvieses a postear!