jueves, 14 de agosto de 2008

El Niño de Mi Vecina.

Era una bonita urbanización, de esas de clase media alta, en una buena zona, y repleta de chalettes adosados. Como el pueblecito era bastante joven, se apreciaba la presencia de niños pequeños por doquier, algunos recien nacidos, y otros no tan chicos. Al mismo tiempo que abundaban los niños, abundaba la estupidez de los nuevos ricos que vivían en la zona, cuya gilipoyez parecía no tener límites.

Llevo mucho tiempo viviendo allí, trabajando allí, y he visto de todo, desde gente agradable, hasta auténticos impresentables, cuyo ego desbordan por todos los rincones del lustroso todoterreno nuevo. En visos de una crisis económica, parece que la mengua de dinero incrementa la irracionalidad de las personas que viven aquí. No solo se ven cochazos en venta, si no que parece ser que desprenderse de ellos arranca una parte de su "clase". Una clase, añado, que solo ven ellos, pues yo no atisbo más que la mala educación de los petardos que encima se creen con más derechos que nadie por "tener dinero", o por "tener un Cayenne". El pobre coche no tiene la culpa de nada, salvo de no pasar largas temporadas en el taller para alejarse de los dueños.

En fin, opté por ignorar a los estúpidos de mis conciudadanos, y proseguir con mis propios intereses. He de admitir que soy una ferviente partidaria de los barrios-pueblo, donde todo el mundo se conocía, y nadie tenía más que nadie, por lo que, como una gran familia, era habitual la ayuda. Aquí no se ve nada de eso, todo el mundo envidia lo que tiene el otro, y trata de tener más, para sentirse mejor con ellos mismos, o a saber. Lo de ayudarse mutuamente está más que descartado, por supuesto, ya que, con suerte, no intentarán pisotearte y regocijarse en tus problemas, para sentirse mejor con su mísera vida de artificiales lujos.

En fin, estúpidos sin idea, cuyo único criterio a seguir es: "Si es más caro, es mejor".

Pero siguiendo la cuestión, entramos en los asuntos de lo que "molesta" a la gente (o debería decir; gentuza) esta. Todavía a día de hoy me río de la cara de mala leche de mi vecina, cuando me fui a quejar a su casa. Todo empezó en un día normal, pues como todos.

Da la casualidad de que adoro los animales, y yo misma financiaría una reserva natural en África (con el secreto anhelo de utilizar a estos habitantes como alimento para leones), de poder hacerlo. Tengo un precioso husky de grandes ojos azules, y pelo gris oscuro y blanco, que desde cachorrito ha sido un perro excelente. No obstante, el animal tiene la mala costumbre de ladrar cuando alguien pasa cerca de la puerta, o del jardín. Como es lógico, que al cabo del día ladre 4 veces no me supone mayor problema, es más, lo prefiero ya que así nos avisa de cualquier posible riesgo. En lo general, yo me confieso un tanto intolerante con los ruidos, y odio los perros que se pasan el día ladrando. Pero en este caso, no por ser mi perro, mi precioso husky era bastante calmado en lo referente a ruido.

El timbre sonó un día, y me encontré de bruces con la petarda de mi vecina de al lado. Era la típica imbecil que tenía un Mercedes CLK para ella, no por que el coche sea bonito (que lo es), si no por que es un Mercedes, por lo tanto es caro, por lo tanto es bueno. Tuve la mala suerte de que mi plaza de aparcamiento fuese la de al lado, por lo que mi Sonata, (un viejo cacharro de 10 años que saqué de un desguace para restaurar, solo por que me gustaba), al final duerme en la calle donde está más seguro, y no recibe golpes.

"Si?" pregunté, enarcando una ceja, intrigada.

"Que venía a decirte, que el perro molesta cuando ladra. Por que no le operas las cuerdas vocales?" dijo con una sonrisa más falsa que un billete de 3 euros.

"Por que no creo que el perro moleste, no ladra tanto, y además, me viene bien que me avise si alguien se acerca o entra en la casa. Para que lo quiero si no?" dije educadamente, aunque me entraron ganas de soltarle; que por que no se cortaba ella las cuerdas vocales y dejaba de decir estupideces.

"Bueno, comprende que no a todos nos gustan los perros, y yo no tengo por que estar aguantando a tu animal, cuando yo no tengo perro." dijo ella.

"Yo lo entiendo, pero el perro no molesta. Si fuese molesto, ya me habría encargado de ello." dije, incrédula.

"Bueno, yo solo te aviso. Como el perro siga molestando, tomaré medidas legales al respecto." dijo ella, con sequedad.

Se dio la vuelta, y se marchó. Esto era el colmo de la hipocresía, y la soplapoyez de los cretinos estos! Ahora resulta que el perro molesta. Lo cierto era que no era la primera vez que hacían muestras de desagrado hacia el perro, desde mojarle con la manguera, hasta gritarle, y dar golpes en la valla para asustarlo, o provocarlo. Total, que al final puse brezo por todos lados, por evitar que el animal mordiese, que ya se sabe, con las leyes "pro humanos" de este país, el culpable siempre es el perro, y no el gilipoyas que mete la mano en el jardín ajeno.

En fin, los días pasaron. El veranito, ya se sabe, la cervecita en la terraza a media tarde, el cantar de los pajarillos, mi perro husmeando junto al olivo, y... el cabrón del niño de la vecina pegando berridos como un venado. Ya vino el encantador chavalín de 5 años a fastidiarme la tranquilidad de la cerveza, y la intelectual conversación que mantenía con mi pareja.
Sus chillidos estridentes, su forma de hablarlo todo a voces, su malísima educación. Ya vi como el sauce se agitaba cuando al simpático chaval le dio por tirar de una de las ramas que se había colado en el jardín de al lado. El pobre arbol parecía suplicarme ayuda. Todo esto, por supuesto, mientras el crío se expresaba en el gutural idioma de Tarzán. El colmo fue cuando la pelota voló a mi jardín y cayó encima de la hortensia. A tomar por culo mis preciosas flores!

Me tomé la cerveza de un trago, suspirando fuertemente, y mirando a mi pareja con gesto de querer matar a alguien. Revivía la escueta conversación del otro día, cuando la vecina se quejó de que mi pobre perrillo molestaba. Dejando el botellín sobre la mesa de un seco golpe, me levanté y me fuí a casa de la vecina.

"Digame." dijo ella, al abrir la puerta.

"No, solo venía a decirle que su hijo acaba de estropear mi magnífica tarde de relax. No solo se ha dedicado a marear mi sauce joven, si no que me ha destrozado una preciosa hortensia, todo ello sazonado con sus estridentes y molestos gritos. A ver si lo educa un poquito mejor, y deja de molestar a los vecinos." dije yo, mostrando al igual que ella, una sonrisa viperina.

"Pero bueno!" dijo ella, claramente ofendida. "A que vienes tu a decirme como tengo que educar a mi hijo? Acaso te importa?"

"Bueno, dado el caso de que sus escandalosos berridos me resultan molestos, pues me veo en la situación de tener que comunicar mis quejas al respecto, al igual que usted me hizo saber de las suyas en lo referente a mi perro." le expliqué.

"Habrase visto, me vas a comparar un niño con un perro?" gritó exaltada.

"Bueno, pues dado que a mi no me gustan los niños, y el hecho de que no haya niños en mi casa lo demuestra, he de decir que la comparativa es clara. Por que he de aguantar yo los berridos y chillidos de su hijo, cuando a mi NO me gustan los niños?" expliqué.

"Pero no es lo mismo!" protestó ella.

"Ah, no? Veamos, yo tengo que operar a mi perro porque a vuesa merced le molesta que el animal ladre un poquito. Pero es que además de tener que mutilar a mi animal, tengo que aguantar como su chiquillo irrumpe en la paz de mi hogar con sus gritos? Pero claro, yo no puedo decir nada porque son niños, y los niños se tienen que respetar. Es decir, usted no puede hacer un esfuerzo en aguantar a mi animal, que es un santo, por que es un animal, pero yo tengo que hacer el tremendo intento de soportar a su hijo por que es un niño?" dije sacudiendo la cabeza.

"Pues si!" espetó ella.

"Pues no!" le respondí. "No me gustan los críos, por ende no tengo por que aguantarlos. Al igual que es mi labor intentar que el perro moleste lo menos posible (y ya lo hago, lo que pasa que usted es una ególatra prepopente, y se tiene que quejar por que sí). Usted está en su OBLIGACIÓN de criar correctamente a su retoño, y evitar que este moleste al resto de vecinos. No es cuestión de razas, señora, si no de educación." le expliqué.

Ella se quedó de una pieza, mirándome con estupefacción. No sé si realmente le caló hondo lo que dije, o sencillamente no comprendió mis divagaciones. Cuando estaba a punto de marchar, me acordé de otra cosa.

"Ah, a propósito. He tomado medidas legales para que se le asigne otra plaza de aparcamiento, una que no esté próxima a la mía. Ya está bien de estar pagando plaza de aparcamiento, y no poderla usar, por que usted es una inutil conduciendo, y cada vez que mueve el coche me abolla el lateral."

Aquello la debio joder, por que se quedó repentinamente pálida. Estuve a punto de reirme en su cara y decirle; A que jode cuando los vecinos también se quejan por cosas que molestan?

No se que pensará la imbecil de mi vecina de esto. Lo cierto es que meses despues yo tengo una plaza de garaje lejos de la suya, mi perro sigue con las cuerdas vocales intactas, y el mojigato del crío grita algo menos. Por lo menos he de decir que no ha vuelto a venir quejándose por gilipoyeces, y mira que la doy razones (a drede), con los Maiden.

1 comentario:

la reina del hielo dijo...

No me he reído más en mi vida, eres una crack, reina, ni yo le hubiera cantado las 40 tan bien (aunque lo de los Maiden lo haríamos igual)