domingo, 12 de octubre de 2008

El Faraón.


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En la cuna del imperio, se muestran, en toda su gloria y crueldad, las diferentes casas cortesanas, cual un sutil Menzoberranzan. Hombres y mujeres, elegidos a dedo por otro hombre o mujer cuyo criterio, inteligencia, y poder de mando es un asunto cuestionable. Hombres y mujeres que representan lo más bajo de la sociedad, aquello en lo que odiaríamos convertirnos, aquello que, como hombres o mujeres, aborrecemos. Son seres cuya sed de poder, egoismo, egolatrismo, narcisismo, y sutil prepotencia, les acerca al más oscuro lado de la fuerza.
En un sistema político, en una democracia representativa (que ni es democracia, ni es representativa), son ellos los que enaltecen, cual dictadura, el poder, y ejercen con este sus más retorcidos deseos. Para los sufridos ciudadanos, solo nos queda ver como las arcas del estado se vacían, y el dinero que tan sudorosamente ganamos, se esfuma en pagarle los altísimos sueldos a unos tipos que viven del cuento, que no han hecho nada con su vida, que no se han sacrificado por estudiar (la mayoría de las veces). Seres que se adentran en el seno de los partidos, y luchan con intrigas a la usanz cortesana, eliminando con sutiles tretas y venenos a sus adversarios, para alzarse gloriosos con la corona del poder. Entonces solo les queda eliminar a los más altos de las casas, y erigirse conquistadores del país.
Ellos no saben lo que es trabajar, lo que sufrimos los demás para ganar el dinero que nos roban sin escrúpulos. Nos arrebatan el escaso resultado de nuestro sudor con multas, impuestos, parquímetros, y demás inventos que se les ocurra, para que al final solo unos pocos nobles dispongan del poder adquisitivo, y los súbditos trabajemos para pagar sus dementes caprichos. No contentos con ello, nos aleccionan en lo que a ellos les parece digno, o indigno.
Intuyo que ya se habrán dado cuenta de que, en concreto, me refiero al señor Gallardón. Su faraónica obra, (bajo mi opinión, necesaria), conllevó un gasto a la comunidad enorme. Sin embargo, la gente le apludió. 3 años de obras, y se acabó. Con que sutilez su vil majestad nos engaño, con que viperina lengua se nos convenció de su magnanimidad. Era su obra, y el pueblo, contento con su gesta, le aclamó en las urnas con un rotundo y apoteósico triunfo.
Pero el faraón no estaba contento. En su mente enloquecida quiso mostrarse aún más glorioso, quiso que su ser fuese recordado por los siglos venideros, como el gran faraón que reformó Matrit, la bella y extensamente poblada capital del imperio. Quiso construir los más bellos puentes que cruzasen sus gloriosos túneles de marcha lenta. Pero para ello, no llamó a los sufridos arquitectos y trabajadores del imperio, quiso mostrarse mecenas de los más prestigiosos artistas. No le preocupaba el dinero, su pueblo, docil y fiel, pagaría con gusto sus deudas sin quejarse, pese a que todas las casas de Matrit refunfuñan en silencio, y todas las gentes del imperio se desaniman sintiendose desamparados.
El gasto se multiplicaba, y empezaban a faltar los recurso. Los súbditos del faraón de Matrit, y del Führer de España, veían como se desvanecían sus impuestos, y como escaseaban los servicios de los que tanto alardeaba la multinación. Desamparados, demasiado débiles como para enfrentarse al poder de los políticos, y la amenazadora influencia del clan de los banqueros, y de las casas de empresarios, el pueblo languidecía, escurriendose como sombras diarias, recorriendo sus caminos hacia un destino incierto. Estaban demasiado desunidos, demasiado enfrentados, entre los diferentes pueblos de la multinación existían demasiados rencores como para apartarlos a un lado y aliarse por luchar contra la lacra que les dominaba sin piedad.
No contento con su gesta, el Faraón buscaba formas de conseguir aún más dinero, para efectuar aún mas magníficas obras que remodelasen esta hermosa ciudad. Que gran gloria era ser Faraón de Matrit, conseguir, como un artista con su cincel, dar forma a la piedra que componía la ciudad, y convertirla en la más bella y gloriosas de toda la multinación. Pero para ello, necesitaba conseguir aún más fondos. No importaba si la bella Matrit ya estaba endeudada para los próximos 40 años, ni si comenzaban los recortes en servicios tan esenciales como dependencia, y educación. Cualquiera que viviera en Matrit estaría tan orgulloso, que no necesitaría nada más.
Pero los pobres súbditos del faraón solo veían en su obra muros grises y sin vida. Trucos y tretas sutiles, como los rádares y límites de la M-30, para sangrarles hasta el último céntimo que les quedase en sus asfixiadas carteras.
Desde su despacho, el Faraón veía como los comerciantes utilizaban hombres disfradados de carteles, cuponeadores repartiendo publicidad, y demás estratagemas, para dar a conocer su tímido nombre, en un mundo conquistado por las grandes multinacionales. No usaban los paneles reglamentarios destinados a tal fin, y, por ello, no pagaban el dinero que le había de corresponder al Faraón por dar a conocer su pequeño negocio.
Entonces congregó a la población, y les hizo saber de su decisión. Todo cuponeador, hombre anuncio, y coche anunció, estaría prohibido de ahora en adelante. Era indigno para una persona convertirse en un método de publicidad. De ahora en adelante, solo podrían utilizarse los paneles reglamentarios para publicitar un negocio.
Los ciudadanos alzaron sus voces, ellos sí se sentían indignados y discriminados, al ver como su Faraón les intentaba inculcar una idea en sus mentes, les educaba en lo que a él le parecía correcto y lo que no, sin tener en cuenta las consecuencias. Todas aquellas familias de sufridos trabajadores, que vendían sus cuerpos para colgar un cartel. Todas aquellas personas que sacrificaban el coche que con tanto sudor habían comprado, para convertirlo en una horrorosa feria de letras y dibujos multicolor. Todos aquellos muchachos, caminando bajo el sol, y la lluvia, repartiendo panfletos, y viendo como los viandantes los tiraban ante sus narices, por ganar unas monedas que llevar a casa. Todos ellos se quedarían sin trabajo, obligados a repintar sus coches, obligados a ir a la cola de paro, y con el corazón acongojado ante el futuro incierto que les esperaba.
COmo pagarían sus hipotecas?
Como pagarían sus coches?
Como alimentarían a sus familias?
Parecía que el pueblo, sintiendose insultado y avasallado por su gloriosa personalidad, rugirían con la voz del dragón, y se alzarían contra el Faraón. Pero no ocurrió. Como un globo, el pueblo se hinchó y se enalteció, pero por una fisura escondida, el aire escapó, y el globo languidecío, deformado y debilitado. Eran demasiado cobardes, tenían demasiado miedo, o, sencillamente, no sabían que hacer para luchar contra las castas que los dominaban sin escrúpulos. Las gentes se dispersaron bajo un cielo encapotado, y solo quedó el murmullo en cada casa, el refunfuñar por lo bajo, el quejarse con discrección, como temiendo perder lo poco que les quedaba por alzar sus voces contra el Faraón, o contra el Führer.
Satisfecho, el Faraón Gallardón se sentó en su despacho, y comenzó a urdir sus siguientes planes de conquista. No era menos sabido que aspirara al poder del Führer, pero que horribles consecuenciás podría traer si llegase a alzarse con tal título. Eso era un misterio.

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